EL SECRETO DE SUS MANOS
Por Carlos Irusta Nota publicada en la edición nº 4424 de julio de 2012 de El Gráfico

El doctor Darío Bronfman jamàs dudó de que iba a ser médico, igual que su padre. Jugó al rubgy durante diez años y nunca pensó que sus dos pasiones, la medicina y el deporte, se iban a conjugar en una sola. Hoy encabeza un centro médico que lleva su nombre y junto a siete profesionales demuestra, día a día, las bondades de un arte milenario que permite curar dolencias corporales sin olvidar lo espiritual.



¿QUE PUEDEN tener en común Facundo Parra, Néstor Galárraga o Jorge Acero Cali? Pues bien, los tres han tenido algún problema físico de esos muy urgentes: “Tengo que estar bien ahora o ahora, no se puede esperar más, debo competir en unos días”, dijo cada uno de ellos y en diferentes circunstancias –aunque todas similares en aquello de “No se puede esperar más”- frente a un hombre que, tras escuchar en silencio, dio, en casi todos los casos, una respuesta parecida: “Está bien, vos confiá en mí y tené un poco de paciencia, vamos a ver...”.


HACE MUCHOS años, muchos más de cuatro mil, hubo un tal Centauro Quirón. Era un ser mitológico, mitad ser humano, mitad caballo, hijo del Dios Crono y de Filira, la hija del Océano. Era maestro de las artes liberales, trabajaba con las manos –su nombre está emparentado con “chiro”, o sea mano, justamente- y aplicándolas en determinados lugares, lograba calmar el dolor; muchas veces no solo eso, sino también sanar los males del cuerpo que a menudo tienen que ver con los del alma. Este Centauro tuvo muchos discípulos como Hércules, Aquiles y Esculapio, el más sobresaliente a la hora de curar y quien inauguró la epopeya de los médicos itinerantes, que recorrían los pueblos y acudían al llamado de aquellos que los necesitaban. Eran sus manos las que luego aplacaban males y contratiempos.


Ha pasado ya mucho tiempo, las prácticas han recorrido el orbe, muchas de ellas se enriquecieron y se alimentaron de nuevas teorías y prácticas en Oriente y, hoy, aquí y ahora, la quiropraxia sigue teniendo tanta vigencia como entonces.


En un barrio de Belgrano, por ejemplo, un niño asistía a diario al desfile de pacientes que llegaban a su casa, al consultorio de su papá: don Salman era homeópata y terminaría siendo uno de los grandes maestros de ese niño nacido el 26 de junio de 1963, para quien, desde esos tiempos, no cabía otro camino en la vida que el de la medicina. Le parecía imposible querer aspirar a otra cosa que no fuera ser médico. Y, mientras el chico crecía escuchando historias de pacientes, de síntomas, de alivios y de diagnósticos, su adolescencia transcurrió en Vicente López para pasar luego por el porteño barrio de San Telmo.
Un día se encontró con el rugby y sintió que esa era otra puerta que quería trasponer, así que primero jugó en YPF y luego pasó a GEBA; era segunda línea y wing tres cuartos. Con el tiempo, cuando ya había terminado el secundario, se juntó con sus excompañeros y se fueron a jugar a Pueyrredón. Y, ya en la facultad, lo hizo en Hindú. Así que a lo largo de unos diez años – desde los 8 a los 18-, disfrutó no solamente de las mieles de su deporte favorito, sino también de sus espinas, a través de las lesiones.







Se recibió de médico. Y, ya con el título, no pudo evitar convertirse en paciente, puesto que una doble hernia de disco lumbar lo hizo sufrir a lo largo de cinco años. Recorrió Buenos Aires buscando una solución. Se había recibido a los 23 años y, sin darse cuenta, estaba iniciando una búsqueda. Y finalmente, ese camino llegó a un punto exacto –sin un antes ni un después; exacto: las coordenadas de la persona justa en el momento justo-, cuando su mujer, Estela, comenzó a tener problemas con una tenosinovitis del pulgar. Un dolor que se clava como un estiletazo, producto del proceso de amamantar; había nacido la primera hija, Juanita, que hoy ya tiene 14 años. Fue entonces cuando, tras recorrer todo Buenos Aires, el doctor Darío se encontró con su destino, apenas a unas cuatro cuadras de su propio consultorio.


EL DOCTOR MARIO Fiore ya era un reconocido médico. De hecho, fue uno de los primeros practicantes de la llamada Praxis Vertebralis, cuya teoría afirma que la mayoría de las enfermedades guardan una relación causal con una disfunción del arco reflejo medular, aunque sin dejar de lado casos que se deben a circunstancias casuales, como golpes, etcétera. Dicho de otra manera: es en la columna vertebral donde se encuentran casi todas las funciones corporales. Tratar los problemas con el antiguo y nunca olvidado arte de utilizar las manos fue lo que hizo el doctor Fiore, junto a otros profesionales. Así que cuando el Darío Bronfman fue a verlo por el problema de su mujer, jamás imaginó siquiera que su vida iba a cambiar. “No le voy a pedir que no alce a la beba –expresó el doctor Fiore, en su consultorio cercano a la Plaza San Martín, en la avenida Santa Fe-, sino que yo la voy a curar en unas pocas sesiones, presionando sobre la vértebra justa”. Y efectivamente, aunque al principio parecía que no había mejoría alguna, de pronto, y casi sin que Estela se diera cuenta, se le pasó el dolor. “¿No me podría ahora tocar a mí?”, preguntó Darío. Y fue así como, de ese encuentro, nació una relación maestro–discípulo, ya que el doctor Fiore le indicó a su joven colega que podía asistir a su consultorio varias veces por semana e ir aprendiendo aquellas antiguas técnicas, combinadas con otras más modernas. El doctor Fiore venía de recibir enseñanzas muy profundas de un monje lama que había estado en la Argentina para difundir sus experiencias. Convertido en discípulo del doctor Fiore, Darío Bronfman empezó a recorrer un nuevo camino...



SI LA COLUMNA vertebral es el eje que sostiene nuestro cuerpo, si antiguas y milenarias técnicas permiten recuperar el equilibrio perdido por lesiones, también nuevas prácticas se han ido sumando. Así, por ejemplo, el doctor Bronfman incorporó el EMDR. Las siglas –en inglés– corresponden a una escuela también conocida como “Movimientos oculares, desensibilización y reprocesamiento”. ¿Qué es esto? Una técnica desarrollada en Palo Alto, California, que permite el reprocesamiento de recuerdos traumáticos, tales como las violaciones o el abuso sexual infantil o experiencias de guerra, que el ser humano tiende a olvidar, para no revivirlos. Obviamente, este tipo de situaciones engendra enfermedades, al alterarse el equilibrio: fobias, ansiedad generalizada, depresiones... Si estas u otras alteraciones provienen de esos traumáticos recuerdos, en relación directa con componentes emocionales, se acortan los caminos para llegar al origen del problema y, por ende, a su curación.
EL DEPORTE no es una isla aparte. El doctor Bronfman , quien cuenta con un equipo de siete profesionales, se ha encontrado con casos como los de Facundo Parra o los de Acero Cali: cercanos a una competencia inmediata, era cuestión de solucionar el problema. No es momento para romper el secreto profesional, pero sí para puntualizar que un tratamiento quizás más directo, pero también agresivo, como el de la cirugía, puede solucionar un problema puntual de inmediato, aunque no en el largo plazo. Las urgencias del “Tiene que jugar sí o sí el domingo” no siempre se llevan bien con un tratamiento de mayor profundidad.


El doctor Bronfman –que, además, es un pintor aficionado, como para que no queden dudas de que casi todo pasa por sus manos– afirma que no es milagro, sino simplemente la utilización racional de una técnica milenaria, antigua y natural: las manos puestas en el lugar exacto. “Para mí la cirugía es una última opción que muchas veces no se puede evitar, pero que, seguramente en muchas ocasiones no es tan necesaria... Las manos, la sabiduría de aquellos primeros estudiosos, la paciencia y el contacto físico médico-paciente, son elementos no olvidados que desde la noche de los tiempos, vuelven para aliviar, para curar, para vivir de una manera mejor”, afirma. Leo Astrada, Facundo Parra, Julio Comparada, Néstor Galárraga... todos ellos pasaron por sus manos por una razón u otra, y en casi todos esos casos, el “Tiene que estar solucionado lo antes posible”, se concretó.



Este hombre, padre de Juanita pero también de Iván (11), que ama la pintura, que nunca soñó con otra cosa que no haya sido ser médico homeópata, ha profundizado además del EMDR, la técnica del “tapping”, donde se palmea acompasadamente al paciente para descubrir algún desorden emocional. Y es, además, un fanático de los desafíos que presenta el deporte: porque los practicó, porque ha logrado que más de un paciente suyo mejorara el rendimiento, porque a la pérdida del dolor se sumó también una actitud mental más fresca y enérgica. “Pensar que recorrí todo Buenos Aires buscando una solución y el doctor Fiore estaba apenas a unas cuadras de mi casa...“, se sorprende todavía hoy, mientras abre las manos y las palmas apuntan al cielo. Detrás, el cuadro pintado por sus manos, inspirado en La Mujer y la Luna, de Miró, se convierte en un fondo azul, lleno de energía y profundidad.